Un blog que disfruto entre carnavales de pensamientos sentado a la orilla de un río de historias revueltas llamado mundo, agitando venturoso la pluma de pescar que llevo dentro, para hilvanar, mágicamente y con decoro, las palabras extraviadas que van a la deriva.

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Relatos - Cuentos

Relato: "Un terrible sueño gastronómico"
La gastronomía es mas que un exquisito halago al paladar, pero cuando en sueños el cuerpo humano se convierte en la comida... las ganas se acaban y el sueño se convierte en pesadilla. Un cuento fantástico, que al imaginarlo, te hará reír a cambio de asustarte.

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 Un fantástico cuento

Aquí les dejo un adelanto del relato:

Sucedió que, aquella mujer magra, adolecida por una fina receta de malestares propios de la edad, y con el Alzheimer cabalgando en sus siete décadas de vida, nos dijo adiós de forma descarada cuando partió sin probar el último plato de «paella» que tentaba a la muerte entre hervores sazonado en el fogón.
Hablo de mi suegra. El martirio de su muerte, se fortaleció con el recuerdo del exquisito plato, que continué preparando una vez a la semana para recordar las ganas con que lo deleitaba al tratarse de su comida favorita, que ni la enfermedad del Alzheimer, era un motivo para olvidarlo. Todo lo contrario, de perder la memoria, el olor le haría recordar su vida… Además, siempre tenía antojo de prepararlo, y confieso que, aproveché el triste suceso para saciar mis ganas. Pero la dicha fue turbada al copar la taza emocional de mi esposa sin darme cuenta. Lo comprendí después de tres meses. Era la doceava vez que la preparaba desde la fatídica muerte, y la doceava vez que mi esposa intentaba saborearla imaginando un rastrillo de alimentos lacerando su garganta. Fue entonces cuando se pronunció:
—El duelo es una cosa seria que requiere de tiempo para superar la pérdida, pero con el diablo atropellando, ¡quien carajos lo logra!
Se levantó de la mesa malhumorada, casi tirando al tono de energúmena, y se dirigió al dormitorio prefiriendo el hambre al martirio. Una sabia decisión que no cuestiono. Con el síntoma de la ira cabalgando en su espíritu, supuse que estaba afrontando la segunda etapa del duelo.
Opté por bajar la cabeza y ocultar la vergüenza. Fue comprensible la reacción. Al fin de cuentas, un dolor abdominal por la insatisfacción de un antojo es insignificante ante un dolor en el alma y una estaca invisible atravesando el corazón.
Aun siendo la muerte parte natural del ciclo de la vida, mi esposa estaba viviendo una crisis en la que intentaba recuperar aquello que había perdido. El destino la desgarró del árbol de su madre, y yo neciamente, intentaba reparar el lazo emocional con un poco de arroz, de especias, y trozos de carne, no sabiendo que la mantenía maniatada en la primera fase del duelo sin la esperanza de avanzar a una nueva fase, y así sucesivamente, hasta llegar a la fase de la aceptación. Su comportamiento fue oportuno y merecido, para que ahora, pueda hacer mi propia reflexión:
«¿Quién carajos acepta la pena si vive a diario mortificado?»
A la mañana siguiente, despertó con un aire de calma reinando en sus aposentos. Tras ofrecerme disculpas sin evitar que sus ojos se aguaran, fue honesta al pedirme que no volviera a preparar aquella plácida comida, ni nada que se le pareciera, al menos, hasta que la crisis haya madurado positivamente en su cabeza. Lo entendí como un proceso de pacto, lo que quizá significaba, que pretendía abordar la tercera etapa del duelo. Un beso oportuno y un fraternal abrazo consolidaron el momento.



Obra en desarrollo


Lee algunos de ellos debajo de la portada
Colecciónalos

Puntadas: 200 microrrelatos de Yuván de J. Z. V.

Acoso
Traté de detenerla, pero su locura era inmarcesible. Se despojó de todas las prendas, el calzado y hasta la vergüenza. Intentó arrancarse las palabras desprendiendo su lengua con furia; luego, se despojó de la belleza, de la memoria, se arrancó la voluntad, y sacudiendo fuertemente su cuerpo, procuró desprenderse el alma, hasta lograrlo. Pero no fue suficiente. «No le hablo pero aún me escucha» dijo, «y yo soy la esquizofrénica». En medio de la conmoción se arrancó la muerte y luego el silencio. Y todavía no fue suficiente. Jamás halló la forma de arrancarse a Dios.
La muerte 
Cuando la muerte llegó, Helmont se había marchado ya sin vida. Era la décima vez que le ocurría. Estaba llegando tarde a su trabajo. Vociferó como con las otras nueve en vez de reflexionar la situación. Si alguien que tiene poder sobre su miserable vida que es muerte, se entera, es probable que pierda el empleo. Puso el reloj a despertar para no quedarse dormida y lo intentó de nuevo, pero la vergüenza de los errores cometidos le hizo perder el sentido una eternidad; cuando despertó, ya todos le habían perdido el respeto. En la ciudad no cabía un alma más, y en el cielo, estaban sumamente preocupados por la falta de rotación de la mercancía. Ya comenzaba a escasear.
Terrible sensación
No hay peor fatiga que recibir una palada de tierra imaginaria sobre la nada y sentir el cansancio atormentar tus músculos, dijo la muerte desparramando su sombra adolorida sobre la tumba. Fue ella misma quien se equivocó de muerto al tomarse de la mano y no sentir el pulso.  
La joroba
Cada quien carga su joroba en la espalda como símbolo de los días tormentosos. Mi esposa carga dos delante de su mirada, según le escuché; ha de ser porque he transformado en turbulenta su existencia por la intolerancia a la lactosa.  
Aquel último beso 
El cadáver de aquel último beso me atormentó por dentro que no he podido zafarlo de la boca. Fue lo que se me ocurrió pensar al verla dentro del sarcófago. ¿Qué tal que el pensamiento hubiera sido otro? Una sabia excusa para morir a cambio de vivir petrificado. 
Viajero
Al interior del metro que se desplaza sumiso por la ciudad, plácido observo detenidamente cada rostro, y escojo algunos al azar para aprender de la vida. El semblante serio del señor abultado expresa la tragedia del amor. El rostro seductor de una bella joven refleja la dulzura de los años mozos. El anciano sacerdote con rostro de inquisición oculta alguna culpa. La abuela con la prehistoria derramada en el cuerpo, enmudece preocupada por su futuro. Y acá estoy yo, que aún no me conozco.  La puerta se abre, llego a una parte de mi destino. ¿Dónde? 
Cuestión de análisis

Hay dos formas de ver la vida: con los propios ojos y con los ajenos, el problema radica cuando se cruzan las miradas. ¿Cómo hago para saber quién es quién? 
Pérdida de fe 
No esperé vivir para presenciar esto —dijo la anciana conmocionada—. Dichosa la muerte de mi primer esposo, incluso, dichosa la del segundo y el tercero. Esto es demasiado para soportar. ¿Quién lo creyera? Se santiguó interrumpiendo en la estación del espíritu santo sobre su hombro izquierdo­—. Debo estar loca —una sonrisa nerviosa fulguró en sus labios resquebrajados por la edad, que brotó mutilada—. ¿Ahora a quien le doy gracias si he visto a Dios santiguarse? ¿A quién invocaba? Jamás escuché decir que fuera narcisista. ¿Será que le imploraba clemencia al demonio en este mundo de aversiones?

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